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MARTÍN, HAZ LA PAZ Y NO LA GUERRA

#crítica #poesía #poetas #tecnología

04/05/2019
 
Ha levantado ampollas o quizás indiferencia para algunos el ensayo de Martín Rodríguez Gaona sobre esta hornada de poetas jóvenes a los que acusa de mercantilismo y topar con las nuevas tecnologías como recurso expansivo para hacerse notar, llegar a miles de lectores que no solo leen sus libros sino que abarrotan escenarios para oírlos, incluso pagando el precio de una entrada. Y lo que es peor, sin arte, sin la deseada expresión y calidad artística que debe acompañar al formato de un buen autor.

Vengo leyendo desde hace ya tantos años que el simple hecho de la que gente lea y se reconozca un poco en ello me parece un acontecimiento único, especial, ya que esos silencios a solas, parte de ese mundo que somos se expande o contrae o simplemente enarbola una mirada fija en el horizonte donde contemplarnos.

Si estos jóvenes, amada juventud, son capaces de alimentar sus sueños con miradas profundas hacia ellos mismos o hacia otros, si son capaces de ahondar en las letras para buscar caminos insondables o descubrir tristes prisiones bajo la titilante sombra de un pájaro, si son capaces, en definitiva, de hacer lo que hacen porque aman la poesía, los libros, la música, etc. ¿Acaso no quisiera yo tener cientos de generaciones que avalen ese discurso, esa búsqueda, esa rima imperfecta hacia el nosotros?

Nadie debe desmerecer lo que acontece y es una evidencia, la retórica de sus seguidores, las salas llenas. Algo habrá en estos jóvenes que encandila a un público que ansía oírles.

Rodríguez Gaona (confieso no haber leído su ensayo y probablemente no lo haga) parece haber perdido ese espíritu joven y, sobre todo, esa perspectiva de quién no ve entre las sombras. El tiempo pondrá rigor y medida en cada uno de ellos. El amor a la poesía no es cosa de una sola noche, no es un arrebato de aquí y ahora, es un lento caminar que exige miras y comprensión de un mundo que constantemente da vueltas.

Y eso ha ocurrido en ese mundo transversal en el que vivimos, como el vinilo se convirtió en un recuerdo romántico, cuando los móviles llegaron a erradicar las fronteras de lo desconocido, a potenciar el contacto con otros seres que habitan en un punto reconocible o no del planeta.

Obviamente la tecnología responde a un cambio y no necesariamente se corresponde " a la hegemonía de un modelo económico" y mucho menos es comparable a " una ideología materializada" aunque todo pueda ser susceptible de ser manipulado y existan focos de interés, una maquinaria dispuesta a incentivar esas severas afirmaciones.

Se olvida aquí la universalidad de ese cambio, de esa transgresión voraz que va alicatando nuestras vidas y ante la que cada uno, cada individuo, deberá poner paños calientes, alejarse o medir el ángulo de su distancia.

Esa es una decisión personal como opinable es a favor de gustos lo que un autor pueda o no influir en un público determinado.

Ahí, en mi opinión, corremos un grave peligro: la poesía no se rinde a cuestiones estadísticas, a un etiquetado o envase concreto. Debemos presumir que es más libre y aderezarla con nuestros mejores propósitos pero no darle ese cartón cuadriculado al que la impaciencia y el excesivo orden nos induce.

Personalmente, insisto, al margen de gustos concretos, que estos jóvenes llenen el mundo de poemas enquistados, libres, sonoros o que tropiecen con luces, claridades o vaya usted a saber qué otro magisterio, no solo forma parte de la dimensión y tribulaciones del artista sino que implica una conversión necesaria y constante hacia el amor por lo que hacen.

Las falsas identidades no se construyen con esfuerzo y trabajo, ni siquiera el influjo de lo mediático podrá nublar la razón si el conocimiento establece líneas paralelas entre lo fugaz y lo auténtico, entre lo mundano y lo que realmente traspasa la piel.

Eso es algo que perdura.
Y eso, como ellos bien dicen, exige una paciencia temporal pues no todos los amores convergen y cada uno reclamará su centro o debilitará su foco en busca de otras transiciones, tan humanas también.

Pero si me hablan de poesía y música, de libros que salen al encuentro. ¿ Qué más puedo pedir?
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