14/05/2019
La
contemplación y la meditación no son cuestiones que a estas alturas deba sorprendernos de la poesía de Oliván ya que forman parte de su sello de identidad, una poesía exenta de artificios y dispersión, concentrada en una constante búsqueda.
El tiempo que arrasa nuestras quimeras y ese momento último que puede ser principio del fin, origen de no se sabe qué, quizás temores no resueltos pero también ese eterno movimiento que nos impulsa a descubrirnos.
¿Quiénes somos y cuál es el propósito de esas luces que desvelamos?
En
"Para un teoría de las distancias", el poeta borbotea con su sangre, camina bajo su piel, se adentra en su caudal y sus silencios.
Es un viaje continuo, desde el fondo hacia el amor que revela nuestros propios surcos, una especie de mirada ajena que nos interroga a pesar de su cercanía y su conocimiento, ampliando las distancias, un nuevo horizonte que también nos contempla desde nuestro eje, esa mirada que se perfila y evoluciona hacia el autoconocimiento.
"Pensamiento, silencio y creación.
En esas tres palabras cabe el mundo"
El reconocimiento de nuestra identidad entre los elementos, ese extraño que nos habita y que nos habla un lenguaje, a veces, reconocible, otras, flujo quizás de nuestro movimiento y contradicciones.
Las noches y sus astros, las auroras, la creatividad en estado puro, la memoria que es recuerdo, el tiempo que nos acuchilla sagaz y sin descanso, lentamente, en silencio.
Miradas atrás, en la distancia, apropiándonos de lo que nos fue concedido y amándolo con efervescencia, cautivos de ese tiempo que deja sus huellas en el camino.
La identidad en fuga y la poesía como un elemento unificador que nos traspasa y da sentido.
Pero se trata de nuestra mirada y nuestros pensamientos, de encauzar la luz que nos sorprende y nos abre en cruz.
Las respuestas están ahí, en esos hilos, aunque sean tantos que evoquen a
Ariadna.
"Para una teoría de las distancias" también es impulso, corte, despiece y giro, capa a capa, para encontrar esa verdad que somos y que nos aniquila al mismo tiempo.
Irradiado de belleza el mundo nos es más convulso pero también más pleno desde su eje y centro. Nos encamina al ser evitando esa dispersión que nos subyuga o encarcela.
Lorenzo Oliván realiza un claro ejercicio de contemplación hacia lo concreto a través de los sentidos aunque el tiempo module nuestra memoria como un fatal veneno.
El poeta es un ser en continuo peregrinaje, un
perpetuo interrogante que subyace al pensamiento, la razón que no se piensa y el ser que emerge desde esa búsqueda y esa visión imperfecta de lo que somos.
Hay un deseo claro en este libro, al menos creo entreverlo, de reducir los márgenes en las distancias,
un cierto sentido de pureza y filtración para encontrar la arista más definida de nosotros mismos.
Somos
fuga y aún así formamos parte de un desconcertante equilibrio que gobierna lo ingobernable.
A pesar de los obstáculos, ansiamos reafirmarnos en nuestro ser pero debemos reemplazar lo superfluo por una condición más humana del vivir y sentir.
Angustia, dolor, temor, el bagaje del peregrino no está exento de difíciles pruebas pero en nuestra finitud debemos afianzarnos en nuestra búsqueda, fieles a nuestro credo pero con los ojos bien abiertos hacia la comprensión de lo que rueda y va pero, sobre todo, al entendimiento de nuestra realidad, una realidad fuera de muros y laberintos, cómplice de oscuras noches, una realidad que en la afirmación de nuestro ser encuentra esa luz y por ende, la mejor oportunidad para ser, siendo.