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EMOCIONES TRAS LA PRESENTACIÓN "EL RETORNO" EN LA FUNDACIÓN RAFAEL ALBERTI

#poesía #música #agradecimiento

10/05/2019
 
Resulta difícil aglutinar en unas palabras el cúmulo de emociones que viví ayer en la presentación de "El retorno" en la Fundación Rafael Alberti.

Cuando unes a familiares, amigos y algunas caras desconocidas en torno a la poesía y la música, no esperas quizás que otros, tus amigos, te embarguen, te secuestren el corazón durante unos instantes (que parecen eternos) y debas incluso, dado que eres el autor, cobijarte bajo la propia sombra de tu frente, casi metiendo la cabeza entre tus piernas, para que tu audiencia no note esas lágrimas contenidas que a fuerza de contener ahogan.

No creo haberlo conseguido, y no me importa. Sé que todos esos amigos, esa audiencia, me vieron, a pesar de ese decoroso intento, claramente emocionado por las palabras, el discurso, las notas, la entrañable forma en que tus amigos te ven dejando su alma cálida posar en la atmósfera y prácticamente soltándome a mi intervención como un torero que ve la plaza y sin toro alguno, llora.

Mi amigo Angel Pinto a quién la vida me puso años delante en esa fortuita frontera que es la adolescencia, casi semi-niños como él dice, obró su maestría de interlocutor hábil con las palabras, con las tildes bien acentuadas, mostrando que un libro, con independencia de una temática, tiene un bien que nos une y nos pertenece, una especie de confabulación de tiempos que nos arrastra y nos atropella hasta vencernos en un encuentro único y más verdadero.

Aparte de su excelente opinión sobre las claves de "El retorno" y de cómo éstas fueron desentrañando el oficio del escritor, sus padeceres y nostalgias, la vitalista forma de contemplar un mundo agitado en sueños y en febriles noches de inagotable luz, también de sombras, sacó me del escenario al revelar a la audiencia un poema que le entregué, allá con aquellos 20 años, y que él musicó desde el engranaje de su corazón con la evocación de un tiempo que nos fue robado, extinto ya su caudal y riego, cuando lo vivido se convierte en sombra, en trémula mano.

Aquel poema que venía perfecto pues parecía conectar ambos tiempos, aquel pasado y este presente que nos reúne, fue como un improbable oráculo que en su designio abriera mis carnes.
Difícil aglutinar tanta emoción en aquellas palabras que guardo acompañadas por el color rojizo, saltón de sus notas musicales.

No se puede aspirar a más cuando reúnes a amigos y familiares y a esas caras que proyectan desde su butaca mi propia descomposición, la material, en fuga.

Mi turno debe ser juzgado por otros.
Solo estoy aquí para agradecer lo mucho que me dieron tanto los que intervinieron como cada uno de los presentes con sus silencios y ese respeto que en mis oídos sonaba a humilde celebración.

Luego le tocó el turno, la gesta del canto a quién entiendo merece un hueco en mi memoria y en mi presente por su altruista forma de presentar en encajes de luz y con simbólicas notas, parte de ese vestigio que guarda el libro como olas del mar que rompen y chocan.
Su voz rota, esa voz que surge desde un paraíso cuyo fondo él desconoce, encendió, si cabe, una luz más en aquella tarde-noche de faros, arenas, castillos en el aire y un tiempo que no pudo arrebatarme su tímida y clarividente presencia.

Sé que me acompañará también en este camino pues en la encrucijada los destinos fructifican o toman derroteros que, a veces, la conciencia empaña.
Gracias Chindi por tu música y ese don que cada día se curte como un águila que comenzara a volar.

Gracias a todos por hacer de aquella tarde una tarde de besos y firmas, de corazones atrapados en un abrazo, en uno de esos momentos que el tiempo por mucho que se empeñe no podrá librarme de su recuerdo, su resplandor, porque al final los faros tienen siempre esa vocación de guía que les apresura a salir al encuentro a pesar de la lluvia o la escabrosa tormenta.
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