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JUAN CARLOS ARAGÓN, UNA GUITARRA ETERNA

#Carnaval #amistad #despedida

17/05/2019
 
Y ahora despierto como si de una pesadilla me hubieran sacado y no puedo creerlo ( aunque en sus círculos más íntimos ya se temía), Juan Carlos Aragón ha muerto.

Aquel chaval que tuve la dicha de encontrarme, por puro azar, cuando aún estudiaba y el amor lo envolvió con una amiga de la universidad.

Fue al azar, no fue ninguna otra cosa. Pero aquella bendita coincidencia me llevó a conocer a un tipo peculiar, ambos amantes de la poesía que diría yo empezaba a circular por nuestras venas como un veneno letal que nos haría amigos, cómplices en la noche, canciones de Silvio Rodríguez y siempre allí, casi siempre, bajo la madrugada, desechando los bares estridentes para terminar bajo la luna o sin ella, en un escalón frío de algún portal, con un vaso entre las manos, un cigarrillo y jadeando nuestros corazones de fantasías.

Pero no eran banales fantasías, eran auténticas profecías de lo que el destino, si es que existe, nos procuraba y que luego el tiempo marcó en cada una de nuestras vidas.

Juan Carlos Aragón tenía un alma sensible, opuesta a todo aquello que no le satisfacía, un carácter templado en buena compañía y alborotado, si era necesario, cuando alguien esgrimía alguna nota que se salía del tiesto.

Era un tipo verdadero con un alma turbulenta pues no en vano había sufrido y cuando pillaba una guitarra la luces lo aclamaban pues su genio, ese genio latente surgía.

Juan Carlos era un hombre sin complejos, capaz de tragarse el mundo a base de hostias, pluma y letrillas y sus versos, los de entonces, ya apuntaban maneras que quedaron luego reveladas en esa vertiente de su figura más pública, su nick tuitero y ese camino emprendido con tanta ilusión y éxito en el Carnaval de Cádiz.

Solíamos reunirnos de vez en cuando en su casa y compartíamos nuestros incipientes poemas, lo revolvíamos todo de arriba a abajo en nuestras charlas buscando luces, algunas quimeras suspendidas, pero con ese latido del que se sabe que está llamado para algo que conecta con el público, con las personas, con las desdichas humanas que nos encabronaban y que ponían renglón, un punto y seguido o un verso a cualquiera de sus letras.

Juan Carlos fue siempre un rebelde, de niño ya me lo imagino tirando de la cuerda con empuje y oficio.

Era un tipo de mirada clara, penetrante, de esos radares humanos que traspasan la piel hasta donde ni tú mismo te encuentras, y eso, claro está, resultaba molesto: era tan directo que, a veces, la tierra parecía hundirse a sus pies mientras él caía y sus palabras proseguían un eco inagotable.

No era amigo de cualquiera ( y no lo digo por mí), solo digo que era extremadamente inteligente y que eso de perder el tiempo le fastidiaba en exceso pues su corazón rodaba a una marcha más y no precisamente forzada.

Juan Carlos Aragón tenía mucho talento, quizás no tanto como para escribir la enciclopedia rusa, pero sí para pulir las almas con coplas y una textura poética que creo, que pocos, podrán estar a su altura.

Y eso último no lo digo por mi conocimiento del Carnaval que diría es profano, lánguido y carente pues de opinión, sino por intuición y por esa experiencia vivida, porque me consta quién a buenas tintas sabe de este mundo, que él y su obra ha marcado una época, un contexto de reflexión, un modo de entender el Carnaval y una fiesta en la que su propio discurso echaba ascuas porque no debemos olvidar que Juan Carlos era un intelectual, uno de esos hombres en que la razón toma forma para desentrañar lo complejo y lo superficial y trascender hacia una mirada más limpia de nosotros mismos.

Los años nos fueron pasando cada uno por su lado.
Y cada febrero o marzo, solía coger el periódico para ver qué nuevo premio había obtenido o si le habían dado algún inmerecido cajonazo.

Pero no me esperaba esto, tan joven y cerca de su cumpleaños.

El ya lo sabía, sabía que se iba porque, aún en ese trance final y doloroso, Juan Carlos no perdió nunca su burlona sonrisa, su sarcasmo, esa nota de humor que blandía como un pirata en medio del fragor de la batalla.

Juan Carlos Aragón era un continuo ejercicio contra la hipocresía, la acumulación de poder, las grandes fortunas, las fronteras sin sentido, la desigualdad social, el clero, la injusticia, etc.

Nadie le callaría la boca, ni siquiera la muerte a la que brindó una gira con Bob Dylan y un testamento que bajo cualquier sombra al hombre dignifica.

Amigo mío, en la distancia heridos por el tiempo y los avatares de la vida, te dejo el vino fuera y la cejilla en el último traste.

Ah, y no te preocupes, yo bajaré la basura y no guardaré tus versos sino que los releeré de tu puño y letra como ese tesoro que un día compartimos y que nunca olvidaré.

Descansa en paz amigo, tu guitarra suena.
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