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¿ DÓNDE ESTÁ MADELEINE McCANN ?

#series #opinión #Netflix

22/05/2019
 
Tras leer un artículo publicado por Felipe Benítez Reyes sobre el estreno en Netflix de la serie documental "La desaparición de Madeleine McCann", ya saben aquella preciosa niña británica desaparecida en el Algarve portugués en mayo de 2007, decidí ver la citada serie.

Mi artículo quizás contribuya poco al ya escrito por Felipe, quién hace una descripción más o menos pormenorizada de su contenido dejando entrever aspectos destacados de su desarrollo, relaciones entre las distintas situaciones que se plantean y las emociones que se desprenden de ellas.
No obstante, visto los ocho capítulos, dejo aquí mi opinión sobre ésta.

Ciertamente la serie es recomendable. No es una serie de entretenimiento, para echar cuatro risas y el hecho en sí es irrefutable: la niña desapareció y no hay rastro de ella hasta la fecha, pero sí es cierto que desde su inicio, puesta en escena y posterior desarrollo no deja de sorprenderte, cautiva tu atención y el rodar de los acontecimientos no permite que el espectador se eclipse, quede al margen de la historia.

A raíz de la presumible negligencia por parte de los padres de dejar a los niños acostados en el apartamento 5A mientras cenaban con sus amigos y a pesar del reiterado ciclo de visitas esparcidas durante la cena entre los comensales para la salvaguarda y custodia de los niños, la niña desaparece, a priori, en manos de un solo individuo, probablemente por medio de una organización criminal que había planeado rigurosamente cada detalle del secuestro, por algún pederasta de la zona, por encargo......, no se sabe exactamente por qué ni cómo porque de hecho hay tantas versiones confusas entre los propios padres y amigos como líneas de investigación fueron abriéndose, en muchos casos más tarde que nunca, pero que pudieron lógicamente incidir en la capacidad de reacción de las autoridades y quizás en el desvanecimiento de posibles pistas que hubieran conllevado a una resolución del caso o, al menos, a un mayor acercamiento a los posibles móviles de tan fatal desenlace.

Madeleine desapareció.
Y aquel caso se convirtió en una bomba de relojería entre la policía judicial lusa que, desde luego, no queda muy bien retratada en la serie, no tanto ya por su notoria apatía ante la desaparición de una ciudadana británica sino por esa incurrente forma de encontrar un culpable a toda costa, obviando detalles, pistas sino concretas al menos suficientes para encaminar la investigación por sendas más fiables que a esa tozuda e irracional decisión de pasar el paño por la mancha como si el público, la opinión pública fueran neandertales en el Pleistoceno y no mentes más o menos abiertas al impacto del hecho y su repercusión mediática tanto en la prensa escrita como en los entornos digitales.

La verdad es que a menudo que va transcurriendo la serie es difícil evitar no solo ya el sobrecogimiento de una nueva línea de investigación con presuntos culpables sino una sensación de asco e irraciocinio que deriva en un humanismo proclive a la extinción.

De repente, un tipo cercano, residente en el pueblo, Praia da Luz, pasa de buen samaritano, intérprete y conciliador de fuerzas a ser un desalmado en busca de niños y con pornografía en su haber. O los mismos padres que pasan de ser víctimas a vilipendiados y condenados como "arguidos", sospechosos de cometer el delito. No me imagino lo que esos padres tuvieron que pasar ante una prensa carnívora y sensacionalista, el devenir de los acontecimientos, la ingesta de las maldades disueltas en Internet como un veneno lícito para aquellos que deseaban hacer leña del árbol caído.

Y no es que los exculpe aunque creo que ellos no tuvieron nada que ver en la desaparición de su hija sino me parece digno de estudio, de psicoanálisis, cómo estas personas enfrentaron esa amalgama de emociones y tantas flechas en distintas direcciones. Sus personalidades, a veces inmersas en el relato de un show-reality o quizás solo buscando el eco, el ruido necesario para no menguar la búsqueda de Madeleine. Desde luego, perfiles humanos que cualquier profesional de la psiquiatría moderna avalaría con algún análisis o ensayo metódico.

Personalmente creo que la clave estuvo en las primeras horas, en la inusitada desidia y desinterés que denotó una respuesta pasiva ante semejante delito por parte de la policía lusa y, en especial, por un personaje muy oscuro, el inspector Amaral, que parecía sacado de una novela gris, al desuso, trasnochado y con aires de superioridad, una especie de sheriff del pueblo con licencia para matar en nombre del absurdo.
Y encima vendiendo libros con su áspera sino contagiosa visión de unos hechos que impactaron al mundo.

Si a la prensa sensacionalista hay que acusarla de vender ejemplares como único objetivo a un público capaz de tragarse cualquier bazofia por truculenta que esta fuera, a la justicia y autoridades implicadas en el caso habría que darles su cuota de sombra, de intereses siniestros porque lo lamentable de esta historia aparentemente inacabada es que nadie está libre de pecado.

Desde los que vieron a la niña en las antípodas del planeta mientras otros la veían desde el porche de casa hasta la insuficiencia moral de quién aprovecha una agencia de detectives para estafar a la familia, lo peor de la naturaleza humana se contempla en un escenario desafiante donde toda triquiñuela parece responder a un interés individual o partidista sin concretar pistas, investigaciones, como si el caso estuviera continuamente dando palos de ciego.

Madeleine desapareció y sigue desaparecida.
Probablemente, quién sabe, muerta.

Pero también la serie pone algo de esperanza en la Humanidad con la aparición de un multimillonario, Brian Kenndy, un tipo que sin complejos pone su tiempo y su dinero en favor de una causa: encontrar a Madeleine cueste lo que cueste, sea cual fuere la pista, por ridícula que parezca aunque ello implique atravesar medio mundo.

Es obvio que muchas personas ayudaron desde la buena fe, quizás a veces impulsadas por el reconocimiento de una realidad que espanta a cualquier ser humano, que muchos vivieron desde el anonimato esa pesadilla y habrá hoy, unido a los esfuerzos por mantener viva la memoria de Madeleine, quién no haya olvidado aquel fatídico suceso.

Habrá teorías sobre su desaparición para todos los gustos.

Pero lo importante es conocer la verdad, eliminar esa incertidumbre que deja todos esos casos sin resolver.

Porque tiempo es lo que sobra aunque no sea precisamente el nuestro.
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