Debo explicar previamente que este post surgió de la desproporcionada respuesta que recibà de una conocida escritora nativa digital y que me llevó a la lectura de este ensayo cuando previamente supuse que este acercamiento de los jóvenes a la poesÃa tenÃa un valor inusitado.
Vayan por delante mis disculpas al Sr. RodrÃguez Gaona al que regalé un
artÃculo movido por la esperanza pero sin el análisis que merecÃa la ocasión y que me llevó al descubrimiento de su laureada
"La lira de las masas".
Dicho esto, la obra es un ensayo espeso con numerosas notas bibliográficas , comentarios y un excesivo tecnicismo ornamental que no genera una lectura plácida al lector aunque el tema, objeto del ensayo, es interesante y muy actual:
cómo la poesÃa pop tardoadolescente, esa poesÃa de los nativos digitales está irrumpiendo con estrepitosa fuerza frente a la poesÃa letrada, origen, causas y consecuencias de una actividad que se desparrama por la red (Internet, especialmente las redes sociales) y cuyo
apoyo por parte de grandes editoriales y la complicidad de los medios de comunicación están propiciando sino un lógico cambio generacional, una amenaza constatada a la creatividad y a la excelencia en ese noble arte de la escritura cuya tradición enmarca la identidad de los pueblos, su historia y herencia más próxima.
Obviamente nada de esto tendrÃa sentido sin la influencia que la
tecnologÃa ejerce en nuestras vidas, especialmente para una generación (millennials, nativos digitales, prosumers) que han visto en un marco de precariedad laboral y claros desajustes en la sociedad capitalista, un foco único de expresión, de liberalización, una presunta democratización de los contenidos en diferentes tipos de formatos.
Para ser escritor, hoy dÃa, no se necesita responder a unos criterios mÃnimos de calidad literaria, Basta con una buena puesta en escena, un spleen decorado con la magia de miles de seguidores que siguen atentamente el postulado de una figura, mediática, exenta incluso de la deseada formación a tal fin, capaz de imprimir a su discurso esa vehemencia fácil ante el sistema, una emotividad sensiblera sin apenas fondo, contrapuesta a la que exige la construcción de un carácter, largas lecturas de madrugada, años de amor para darle a la palabra su sitio exacto, su merecido afecto.
Estos
poetas nativos digitales transmiten
mensajes efÃmeros a un público que tiene sed de ñoñerÃas y escasa cercanÃa al debate, al intelecto cuidado como prisma de la conciencia, al desmayo fácil y a la alabanza tragicómica por quién ve en ellos una representación de su propia realidad, un hilo conductor de sus problemas cotidianos y, a veces, patéticas visiones de una realidad que no se asoma al descubrimiento y la enseñanza de lo auténtico, palabras que trascienden al ser humano y lo mueven a una mejor suerte.
El populismo, la ideologÃa de género, el fracaso escolar, la falta de oportunidades laborales, la disgregación familiar, etc., son el caldo de cultivo idóneo para que prosperen estas propuestas comerciales ( que no literatura) en un mercado que aprecia lo banal en un espejismo de verdad y gloria anticipada que pone en evidencia nuestra
profunda crisis de valores, el desapego y protección a nuestra cultura, la inclemencia de un tiempo peor para esa lÃrica saneada en los espacios y en las distancias, en conversaciones a solas, en el calado del que advierte que
la escritura es un oficio de orfebre y que no todo el mundo está llamado a escribir páginas brillantes, de contenido excelso que sea propenso a conmover y que además resista el paso del tiempo.
La
poesÃa pop tardoadolescente, estos miles de ejemplares vendidos a un público definido y concreto, que establecen sus relaciones en el entorno digital y que son objeto del análisis de datos, estadÃsticas y algoritmos que digieren su posición en el mercado, no están aquà por azar.
Hay razones concluyentes que han propiciado este desembarco sin precedentes en la literatura tradicional: las propias instituciones han monopolizado la cultura en pro de intereses partidistas, han utilizado la democracia en favor de un
clientelismo polÃtico que ha salpicado a esas mismas instituciones, premios literarios y han catapultado nuestra formación literaria en las aulas, esa sensibilidad hacia la lectura a casi una obsolescencia programada.
El precio se paga. Y ahora
el corporativismo y la rentabilidad económica de estos productos mediocres retroalimentan un mercado de débil formación teórica y práctica, llenando los escaparates de asuntos anodinos e historias pobres que cautivan a una masa lectora que reclama su representatividad, sus deidades digitales, para hacer frente a sus miedos e incertidumbre.
No es solo un cambio generacional lo cual serÃa plenamente aceptable y disuasorio sino una
amenaza subyacente en los pilares de una sociedad que debe tener filtros, nombres propios y relevantes, instituciones con autoridad moral, polÃtica y académica para separar el grano de la paja y engalanar el discurso de la poesÃa más valiente, exigente y ambiciosa.
El resto es caro e imprudente por rentable que sea y aunque se llenen estadios con este tipo de propuestas, no conseguiremos revitalizar a nuestras generaciones y acercarlas al culto de lo instintivamente generacional, a sus relaciones trazadas con ese mundo disperso y aglutinante al mismo tiempo que es nuestro legado cultural, esa huella siempre cabal del que busca un discurso formal , un método, un estilismo en el lenguaje, una conciencia crÃtica y renovadora, una calidad literaria que ensalce lo ilustrado, una luz verdadera capaz de alejarnos de esas manipulaciones del poder, de esos intereses partidistas y del alegato de unos jóvenes adolescentes que brillan por su
narcisismo y arrogancia cuando les ven las orejas al lobo.
Convertir a la literatura en un reality show o en un "sálvame deluxe" no nos aventura a un futuro con margen de error sino que es una completa involución a lo que históricamente revela una transformación que acompaña al pensamiento humano y, por ende, a ese humanismo, tan interpelado hoy y siempre por esos signos del poder, y que requiere de paños calientes y decoro para que ese bien común sea riqueza, alivie la carga de los pueblos y , sobre todo, nos conduzca y nos ampare en la libertad de lo cierto frente a la amenaza del olvido.