24/07/2019
Hace ya tiempo de ello, fue un 13 de noviembre de 1992, y sin embargo aquel "ayer" quedó grabado en la memoria de muchos,
el asesinato de tres niñas adolescentes en Alcásser: Miriam, Toñi y Desirée .
El impacto fue brutal y esta serie documental que puede verse en Netflix nos aviva aquella tragedia con riguroso orden, poniendo aquellos recuerdos enmarañados en la nebulosa del tiempo en un escenario presente, de búsqueda y desconsuelo, de disparate, pero, sobre todo, de ese sabor indescriptible que te dejan los casos sin resolver.
Las niñas iban a pasarlo bien y parece que su suerte cambió cuando hicieron autostop hacia una conocida discoteca en Picasent.
A partir de ese momento, el documental muestra con precisión el curso de los acontecimientos.
La sociedad está convulsionada a raíz de la aparición de los tres cadáveres y surgen los primeros signos incomprensibles en el relato: un parte médico a nombre de
Enrique Anglés que parece haber sido sacado de un baúl tenebroso tras aguantar las inclemencias del tiempo, las cosas de las chiquillas desperdigadas a modo de "si no me encuentras es que la miopía no te deja verlo", en fin, algo presunta y premeditadamente calculado para cargarse todas las pistas de un plumazo o inventar, que es casi lo mismo, un nuevo abismo en dirección opuesta a la verdad.
En este clima de perplejidad, pruebas contradictorias, ante este escalofriante realismo que la vida te presenta con la sangre de tres inocentes derramada, los medios de comunicación no se hacen esperar.
Como los tiburones en el mar cuando sienten la presencia de la sangre, se tiran al barro de la tragedia para encender sus farolillos y dar pie a la orquesta con el deber siempre de cubrir al detalle la noticia,
la muerte, el desarraigo que te produce el mal ajeno con los cadáveres aún calientes bajo la tierra, sin ese poso que el tiempo y la memoria desquita, templa a modo de mar suspendido en algún punto lejano del universo.
Lo de
Nieves Herrero fue un auténtico bochorno.
En un tiempo donde las televisiones se repartían la comidilla a plena hostia,
convierte Alcásser en un escenario de dolor y miseria, sin perdón posible, ante la violación más clara del sentido común y sin demostrar esa mínima empatía que exige este tipo de ruinas humanas. Lo de Paco, me refiero a Lobatón, me pareció algo más serio y el esperpento que surge a través de la versión paralela del padre de Miriam,
Fernando García, nos conduce a un serial del horror y de macabras hipótesis en el programa de Pepe Navarro
"Esta noche cruzamos el Mississipi", un programa que alcanzó altas cuotas de audiencia transformando el periodismo en algo que enferma cuando la sangre que corre no es la tuya, un entretenimiento repleto de suposiciones, conjeturas, argumentaciones sin crédito, conspiraciones de alto rango y un sinfín de artificios que hilaba el esfuerzo de la razón por no conectarse con la locura al servicio de los desquiciados, cuando ya la fe es solo un misterio que también se derrumba por despropósitos e intereses quizás ya no tan loables.
No voy a juzgar a nadie.
El tal Antonio Anglés sigue hoy sin aparecer, fugado y Miguel Ricart se halla en paradero desconocido tras cumplir veinte años de cárcel.
Lo cierto es que la serie
"El caso Alcásser" te deja como medio roto al final, consciente de las sospechas y el espectador así no puede evitar montar "su propia versión de los hechos", su propia teoría de lo ocurrido.
No queda nada claro al final excepto lo que justamente fue y casi te quedan ganas de coger por el cuello al compañero periodista que apadrinaba el discurso de Fernando García, un tal
Juan Ignacio Blanco, para que entregara una
supuesta cinta donde los culpables se hallaban bajo toda luz , una prueba definitiva que más parecía una falsa bala en la recámara tras inculpar a policía y guardia civil de la ocultación de pruebas mediante la aludida teoría conspirativa.
El resto es desolación, tres vidas marchitadas en el recuerdo y esa impotencia que deja la cuadratura del círculo.