19/08/2019
La desesperanza es una lucha de poder.
Open Arms se encuentra varado frente a las costas italianas mientras que una centena de inmigrantes no entiende qué dedo les apunta, qué voz los aniquila con una indulgencia fingida en los despachos.
La desesperación provoca el caos. Ya no se trata de un
tuit malintencionado, de quién exhibe su tripa capitalista robando el sueño más preciado: la vida o ese deseo de seguir respirando con un atisbo de esperanza.
Los inmigrantes son una de esas sacudidas que agita la conciencia de este mundo ególatra y egoísta.
Mientras en los despachos se juegan cartas electoralistas o aparecen personajes impropios de un siglo que exige soluciones pactadas y fiables ante la globalización, la humanidad se destrona de su púlpito de serrín pues la voluntad no existe sino la desvergüenza de quien crea un escenario afín a sus intereses, alguien quien manipula el dolor y el sufrimiento del prójimo para rendir cuenta a sus propias cuentas.
18 días han pasado y no me imagino lo que debe ser ver la costa tan cerca, a golpe de nado, mientras te hablan de normas y leyes de ese mundo al que vas y te aborrece.
¿Acaso el principio fundamental de una ley humana no debería ser acoger al desahuciado, dar amparo y ayuda desinteresada a quién está a punto de sucumbir, en medio de un mar inhóspito, atado a un hilo de vida?.
Las leyes parecen ser el foco de atención de la tragedia.
A nadie se le pasa por la cabeza que cada segundo cuenta y que solo la tripulación y esos desdichados saben cómo el sol se levanta en el mismo calado, las rencillas que emergen, esa bomba de relojería que es la vida cuando la encierran en un vaso.
Dicen que tenemos una crisis, que se tergiversan las palabras, que los puertos no son seguros o somos incapaces de abordar algunas distancias.
Lo cierto es que el desamparado sigue a merced de las horas y las olas y que esa costa tan cercana parece tan lejana como un corazón hueco que no siente ni padece.
La crisis es solo una palabra que representa una oportunidad para muchos mientras el
humanismo se desangra a orillas de la orilla porque nadie navega en rumbo a la desesperanza para cortar su cabeza más siniestra.