18/10/2019
En un sociedad maniqueísta , tan dada a moverse en los extremos y sin entrar a valorar a menudo los claroscuros, la apuesta de
Amenábar con "Mientras dure la guerra" me ha parecido acertada, especialmente porque no entra en esa postura desafiante de liquidar al adversario, descalificarlo y negarle una cierta presunción de inocencia sino que participa de la historia de modo ecuánime presentando un relato objetivo a través de la figura de su principal protagonista,
D. Miguel de Unamuno, uno de esos intelectuales que ante la discordia y la desazón de un país dividido, eso que llaman las dos Españas que en realidad era solo una, fracturada y dividida, desea por encima de todo
restaurar el orden, la paz y la armonía entre sus vecinos.
Mientras algunos se afanan en corregir posibles
errores históricos de la película con objeto de arrastrarla quizás a ese fin partidista del que creo sale indemne Amenábar, olvidan que su logro fundamental es contar la historia a través de las contradicciones de un personaje que siente y padece esa fractura como suya, ese perfil humano del hombre que siente que todo se derrumba a su alrededor y que, por su relevancia y especialmente por su propia condición, debe hacer algo para encauzar el disparate. Es sencillamente
el compromiso político e intelectual.
Nadie está libre de cometer errores y ya que
la difamación parece que se ha convertido en un ejercicio que goza de todas las libertades,
Unamuno, caracterizado por un Karra Elejalde excepcional, al que cuesta sacarlo a priori de sus registros de cómico y verlo de esa guisa interpretando a uno de los escritores más destacados de la Generación del 98, se equivoca en un intento moral por restablecer el orden, apoya el alzamiento militar ante el derrumbamiento y la desolación que le genera los crímenes y la crueldad que toda situación de inestabilidad civil trae consigo y que es recíproca en el otro lado porque la violencia no es instrumento para pacificar ni el terror el mejor sistema para amansar las controversias, los tonos discrepantes e ideológicos, las heridas.
Toda guerra es una batalla perdida de antemano y entre hermanos la sangre corre más deprisa.
La pérdida de los amigos, de personas con las que puedes mantener discursos diferentes, esa visión amplia de quién observa, escucha y aprende para entenderse mejor a sí mismo y todo lo que le rodea, causa
una quiebra imperdonable cuando te es arrebatado sin argumentos, sin esa voraz esencia del que ansía el conocimiento para demoler justo lo que acaba por sesgarlo, la intolerancia y el arraigo de la voluntad única en detrimento de la libertad y justicia social.
Y
Unamuno como tantos otros perdieron amigos, hijos, padres, compañeros de viajes sin obtener ninguna respuesta a sus plegarias y lo que es peor al racionalismo que debe resguardarnos de las alimañas del poder absoluto.
Franco supo moverse en la Junta de Burgos y su “baraka” no fue otra que moverse hábilmente en el discurrir de los acontecimientos junto a un
Millán Astray un tanto bravucón ( quizás no lo fuera tanto) pero cuyo lenguaje y gestual escenificación se convirtió en una poderosa arma de comunicación y relaciones en la afrenta y advenimiento del Nuevo Régimen.
Ambos actores, Eduard Fernández ( Millán Astray) y Santi Prego (Franco) realizan un trabajo meritorio.
Lo que está claro es que en esta guerra todos perdimos y que el mítico discurso dado por Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca aquél octubre de 1936 debe
dejarnos esa marca en nuestra memoria histórica para recordar lo que el fascismo y la concentración de poder supone para toda sociedad libre y democrática.
El que quiera seguir jugando con las palabras o con los hechos o incluso construir un relato unidireccional , negacionista puede seguir haciéndolo porque como ya dije al principio, el todo vale empaña nuestras relaciones y tiene un caldo de cultivo propagandístico en las redes sociales y algunos medios de comunicación (basta con ver los actuales acontecimientos de Barcelona).
Por ello, y a pesar de todas esas críticas y malintencionados deseos, creo que
“Mientras dure la guerra” no ensalza la épica de la contienda ni nos sumerge en un film bélico sino que se mantiene en ese tono centrado donde
la verdad se perfila como mejor testigo de nuestra memoria.
Y eso siempre es recomendable a debida cuenta de los tiempos que corren.