LA EXHUMACIÓN DE FRANCO, MÁS VALE TARDE QUE NUNCA
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24/10/2019
La controversia suscitada por la exhumación de los restos de Franco pone de manifiesto posturas partidistas, esa España oportunista que articula un discurso en favor de unos intereses y eso, puede ser comprensible desde la óptica ideológica, desde el margen que te da ese hecho para acariciarlo hacia tu alforja, pero no desde la fulgurante idea de tergiversar la historia, las palabras, el deseo de esa parte del pueblo que aspira a un mañana mejor.
Hay quién cree que la exhumación de los restos del dictador es una cortina de humo sobre los temas candentes que preocupan a nuestra sociedad, un movimiento electoralista a favor de un socialismo que desea el poder a toda costa, sin concesiones ni acuerdos, sin la capacidad necesaria para dar a España una gobernabilidad encauzada en el diálogo y en el equilibrio de las fuerzas.
Lo cierto es que no se puede negar la historia y negar a esta altura de nuestro siglo que Francisco Franco fue un tirano que minó de vida el campo y las cunetas, que creció y fortaleció su gobierno en la represión y el miedo, no solo es una negación irreverente e infundada sino que se postula como una amenaza para la libertad y la democracia en su estado más depurado, aún no siendo perfecta.
Así que para muchos es fácil tergiversar el lenguaje, desencadenar un relato retórico y dieciochesco para encauzar sin miramientos la llamada de un tiempo peor.
A Franco se le exhuma para sacarlo de esa contemplación orgullosa de quién no merece honor ni pleitesía por sus abominables actos, para evitar el peregrinaje del horror y la falta de memoria de aquellos que aún sostienen sus falsos alegatos, para no empañar el olvido, para que tenga un tumba digna, como cualquier otro, pero lejos ya de este hartazgo que su propia figura suscita y que tantos se alentan en conservar, esos demonios que no inspiran una Europa más liberal y democrática.
Debería, por tanto, entenderse de forma natural, tan solo siguiendo el guión de la historia, que al dictador no se le profana sino que se acomete una medida justa y ejemplar, tardía en el tiempo, en defensa de nuestra memoria y verdad.
Solo lo sagrado puede ser profanado y esa es una cuestión que puede estar abierta a matices pero, en el caso de Franco, a mi entender, no encuentro relación alguna con lo sagrado, especialmente para quién quitó tantas vidas y nos alejó quizás, nunca lo sabremos, de una España al menos menos envejecida y retrógada que la que soportamos durante casi 40 años.
Como ya he comentado, lo sagrado es la vida, no quién la vilipendia y la cercena. A ojos de toda luz debemos mantener intacta nuestra memoria.
Y, para ello, hay que apuntalar no solo las palabras sino también las conciencias.