16/11/2019
Entre tanto progre y tanto facha parece que cuesta encontrar un ápice de equilibrio, una moderada forma de reencontrarnos con nosotros mismos. Se ha levantado una
polvareda de insultos y descalificaciones, de no atender al resultado de las elecciones con la nobleza de quién aspira al menos a respetar las normas del juego, la ley en definitiva.
Bueno, quizás esto de hablar de leyes, de nobleza y de concordia resulten palabras demasiado ambiciosas para un paÃs que se desata continuamente en la polémica.
Parece que los idearios polÃticos, los mensajes lanzados en campaña electoral y esa continuidad al que nos acostumbra el transcurso lógico de los acontecimiento termina por empecinarse en la
reyerta colectiva como si todo tuviera un punto de regresión y esto de avanzar no fuera al menos lo concluyente y decisivo en términos democráticos y de gobernabilidad.
Sà señores, porque de eso se trata, de
establecer un gobierno. Y aunque cada uno haga sus cábalas y el disgusto le atraviese alguna cavidad, el resultado de las elecciones debe permitirnos al menos no empañar ya el tiempo perdido, que sobradamente lo está al margen de los millones de euros que podÃamos habernos ahorrado si el acuerdo finalmente hubiera tenido lugar
el pasado abril.
Estas últimas elecciones han traÃdo consigo el
paso agigantado de la ultraderecha que se ha colado con 52 escaños en el Congreso de los Diputados. Y ahora todo parece revertirse en una situación desde luego mucho más compleja que la anterior, ya que en menos de un año se ha convertido en la tercera fuerza polÃtica de este paÃs.
Y luego el
abrazo entre socialistas y podemitas, a tÃtulo de guasa y memes para todos los gustos pero que evidencia la voluntad de esa gobernabilidad llegándose a un preacuerdo express que sorprendió a casi todos.
Luego empezaron las quejas y esas llamadas que no se dieron, las presiones de los que ya sabemos afincados siempre en su cuota de supremacÃa, una especie de altivez que por muy remarcada que esté históricamente ya cansa a la racionalidad de este siglo XXI.
Y posiblemente algún barón se largue porque siempre hay disidencias y veremos seguramente ese espectáculo al que ya nos acostumbra nuestros polÃticos, la reafirmación frontal contra el adversario, la falta de liquidez en proyectos comunes y, sobre todo, esa triste versión de no ver la paja en el ojo ajeno o de sacar de la chistera ,de repente, las soluciones innovadoras que todos necesitamos para estar en paz y convivir como pueblo.
La oposición va a ser dura, muy dura e incluso el entendimiento entre las partes que gobiernan exigirá pulir materias, ceder, comulgar con ciertos oficios, en suma, hacer polÃtica de casa para adentro en beneficio de una mayorÃa y de atender cada uno de los temas candentes que nos enojan convirtiéndolos en
razones de estado en pro de la igualdad y la justicia social.
A ver si asà de esta manera, con la pelota en este tejado, resolvemos la equidistancia en lo fundamental y sintetizamos lo superfluo en variables que no nos distraigan de ese proyecto común para todos los españoles.
Desde luego no será un tarea fácil, como ya he dicho, pero al menos que
entre tanto progre y tanto facha, según dicen las lenguas calientes del reino, nos dejen al menos esa pizca de cordura para establecer un diálogo fructuoso lejos de la amenaza de estos tiempos.