GATOS, UNA MIRADA AL MUNDO
#reflexion #humanismo
29/08/2021
Viendo a unos pobres y desvalidos gatos uno puede comprender la enorme desdicha que abarca el mundo. Muchos pensarán, otro que se ocupa de “gatitos”, pero no es ese el propósito de este artículo. En cada uno de esos gatos abandonados a la postre de un Dios invisible, quizás por alguna razón convulsa que nadie alcanza a comprender, se encuentra el perfil de un niño desnutrido, la bomba que destroza un poblado, la sinrazón de las guerras y la huida masiva de refugiados, el inmigrante muerto en una playa desierta, sin ojos, sin cuencas ya que ver el aspecto rancio de un mundo dividido, fraccionado. No hay un solo mundo sino una gigantesca sombra que nos engulle a todos. El mal es como una piraña que lo devora todo, a veces, sigiloso como una serpiente en la penumbra de nuestros pensamientos, se canjea en fortunas de dudosos intereses, se acredita a sí mismo feroz en su voraz telescopio.
Si pudiéramos ver desde la inmensidad del cielo todo ese dolor arrinconado, apartado de nuestro entendimiento tan sólo cabría la posibilidad de volvernos locos o que nos dotaran de tal fortaleza espiritual para no caer en el ahogo de nuestras propias lágrimas. Es difícil entenderlo, pero mucho más asumir tanta desgracia y desolación y apartarla, no darle eco en nuestro corazón, convertirlo todo en un comentario fugaz, intranscendente o apostillar que ese mal proviene de la cabeza de otros, que no formamos parte del círculo, que el problema, por decirlo de algún modo, se subsana con el cierre de fronteras, con los moros en casa, con los gays en sus cajones de miseria, etc.
El mal persiste porque alimentamos sus huevos, porque somos parte del problema y de la solución, porque miramos solo adentro de nosotros mismos sin reflejarnos en el otro, porque no entendemos, desde el confort de nuestro espacio diseñado, desde el estómago lleno y el refugio bajo las estrellas que otros, ésos que mueren al filo de una frontera, que se tiran al mar en busca de una oportunidad, que nacen para morir porque el destino no les dio alternativa, ésos, son otros, otros que no tienen nada que ver con la codicia de nuestro mundo prefabricado y horneado bajo el fuego de una mansa hoguera. Esos son gatos desahuciados y arrojados al mundo para padecer y morir, gatos ciegos, pobres y hambrientos, escombros de un mundo en ruinas que parece no desbordarnos.
Y para muchos así será: decorado, cartón piedra, signo de los tiempos, nubes errantes, peregrinos sin huella, lo de siempre una vez más, lo insustancial, el zumbido de una noticia, la alerta de los que se van sin voz.
Y no es así, al margen de moralina y argumentos perversos. Hay quien cifra sus razones en su propia ignorancia y egoísmo. Personas que están en contra de acoger afganos, a un judío o a un leproso, personas que no desean que sus vidas pertenezcan también a otros, que golpean su pecho con energía para enarbolar una bandera pero que olvidan, desprecian que no hay bandera sin mundo, sin piedad, sin consuelo, sin esperanza.
Hoy he visto a estos gatos y los hemos acogido. No estamos haciendo nada especial ni siento que soy mejor que otros, tan solo queremos brindarles una oportunidad. Venir al mundo para morir sin esperanza ya es suficiente castigo.
Y al verlos, no he podido evitar recorrer tanto dolor y desesperanza sobre la faz de la tierra. Y tantos mirando hacia donde nada ni nadie existe.