VÍSPERA DE REYES
#Navidad #FelicesReyes
05/01/2022
Es madrugada: mi hermana salta en la cama de mis padres. La ilusión ha empezado mucho antes, con el fulgor de la tarde, casi en la víspera y los Reyes colmando con caramelos nuestras cabezas. Días en los que el verdugo de lana cosquilleaba la nariz, en manos de mi madre, atravesando el arco del hospital San Rafael, siempre frío donde el viento ululaba una canción navideña.
Las luces de Navidad iluminaban nuestros ojos como si de allí algún duende pudiese escapar y arrinconarse en nuestros corazones.
Eramos tan niños que la ilusión nos tragaba en un sorbo.
Recuerdo aquel camino como las figuras arcaicas y resistentes de nuestro belén en el aparador del comedor cuyo espejo parecía devolvernos la magia de nuestros rostros, como un recuerdo indeleble que jamás la memoria olvidaría.
Y el pensar de un balcón con las persianas bajadas ante figuras y sombras que nos sorprenderían.
Era difícil conciliar el sueño y posiblemente la cena la engullimos como el pavo que se aleja de su asado. Los corazones empezaban a trotar a un ritmo descompasado y en cada una de nuestras miradas adivinábamos el secreto del otro, el regalo que pronto llegaría a nuestras manos aunque la noche fuese eterna.
Separarnos era contribuir al sueño, como si cada uno en su nido, al margen de todo, quedara para sí y con su propio latido mientras los ojos iban cercando la movediza cortina y el silencio se apiñaba en nuestra garganta.
También se pasaba miedo. Nunca habíamos imaginado unos seres de carne y hueso atravesando la penumbra de nuestro cuarto, oscilando a los pies de la cama, observando.
Presuntos insomnes que éramos abrigábamos la esperanza de la luna, como si ella fuese testigo de todo y velando.
Que al fin el sueño invadiera aquella mezcla de ilusión acojonante palpitaría algunos segundos más en el reloj hasta que, al fin, el recuerdo de aquella noche fuera tan solo una neblina aparente, un escaso brillo de luz inimaginable, algo que ya no importaría al oír el júbilo de mi hermana en la alcoba de mis padres.
Era la alarma para los más rezagados y juntos en esa algarabía empezábamos a tocar, abrir, manejar, hacernos un hueco en nuestra fortuna, la dicha de ser bendecidos como niños agradecidos al amparo de la sonrisa cómplice de nuestros Reyes Magos.