01/10/2021
Bajo este título,
Svarabhakti, cuya sorpresa te lleva al diccionario, las vocales no sólo suenan sino que se entrelazan para presentarnos el amor hacia los libros de un poeta,
Antonio Rivero Taravillo, hombre que hace gala de ese amor por las letras, las lecturas que no siempre confluyen y sacian apetitos pero que reivindica el ser,
una forma de ser vinculada a la filología y a la literatura.
Antonio no puede desprenderse del paso del tiempo ni de las miradas al pasado, la infancia que prevalece lúcida. Los libros son compañeros de viaje y posiblemente su calado nos convierta en una amalgama de lo que somos:
“somos todos los poetas” aunque definamos nuestro estilo y seamos capaces de encontrar ese rincón personal donde legitimamos nuestra escritura, fiel a nuestros principios, deseos y también soledades.
Nadie puede escapar al influjo de lo que vivimos, los sentimientos que reposan en el fondo de un vaso y que conforman nuestro carácter. La vida se vive y ponemos el acento en aquello que entendemos importa, a pesar de ser conscientes de que esa obra quedará como tantas al amparo de un olvido y una finitud sin límites.
En ese sentido, la verdad más próxima se encuentra en el instante y lo que es, se funde en la belleza de un momento único que no exige anticipaciones.
Rivero Taravillo reconoce nuestra imperfección pero alude a un ejercicio de disciplina donde alimentar sueños y esperanzas: la materia nace de la oscilación de nuestras ideas y la esencia se concreta cuando despejamos algunas incógnitas.
Es el trabajo, el sentido de pertenencia a una tarea que se cuida con esmero y paciencia. Los poetas no somos de nadie y al mismo tiempo pertenecemos a todos, somos los ríos que van y vienen y quedan al ocaso observando su propia perplejidad. Nuestros errores son también la vida, pero la poesía nos reinventa, nos reafirma en nuestra condición y amamos cuanto en ella hay si traduce nuestro pensamiento, si inhalamos sus infinitas modulaciones.
Svarabhakti es un poemario donde el amor prevalece como fuente inagotable de amor, pero también de entrañable cobijo, lugar de descanso o posada para quien camina sobre los entresijos del alma, esa fiebre que deambula y que se topa con la suciedad de los espejos, las claras desventajas o las desilusiones, las certidumbres definitivas pero también la conquista de un espacio mayor donde elevarnos y contemplar la obra inusitada de nuestra existencia.
A pesar de la cizalla del tiempo porque otro reino no importa.